SANTÍSIMO SACRAMENTO
domingo, 26 de junio de 2011
SOLECNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna. Estas palabras del evangelio de San Juan nos introducen en el misterio de la presencia Eucarística que celebramos en esta solemnidad. La liturgia nos ofrece tres elementos que orientan nuestra reflexión: la experiencia del desierto del pueblo de Israel, el alimento del camino y la vida que no es derrotada por la muerte. El libro del Deuteronomio (1L) evoca el paso del pueblo por el desierto. Este memorial tiene el objeto de despertar la responsabilidad de los oyentes con respecto a las tareas presentes. La historia enseña al pueblo de Israel que su paso por el desierto, lleno de adversidades y contratiempos, no es simplemente una situación ciega, ajena a todo sentido y significado, sino un momento de prueba. Un momento en el que Dios penetra el corazón, se hace presente y ofrece el sustento a los que desfallecen. Yahveh sale al paso de sus necesidades y les da el maná. Este alimento que el Señor ofrece en el desierto sostiene la vida del pueblo y lo ayuda a continuar la marcha. Así como en el pasado, Israel atravesó por el desierto y Dios probó su corazón y lo mantuvo en vida, así ahora, en el presente de nuestras vidas el Señor no es ajeno a la suerte humana. . En verdad, Dios es amigo la vida y no odia nada de cuanto ha creado. Esta verdad encuentra su plenitud en Cristo que ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. Por eso nos da a comer su carne, verdadera comida, y a beber su sangre, verdadera bebida, para que tengamos vida eterna (EV). Participando todos de un solo pan (Eucarístico) formamos un solo cuerpo (2L).
jueves, 16 de junio de 2011
JESUCRISTO SUMO Y ETERNO SACERDOTE
Jueves 16 de Junio, 2011
Fiesta
Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad
Danos, Señor, sacerdotes santos
Que el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, que ofrecemos en el sacrificio y recibimos en la comunión, sean para nosotros, Señor, el principio de una vida nueva, a fin de que, unidos a ti por el amor, demos frutos que permanezcan para siempre.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Dios nuestro, que para gloria tuya y salvación de todos los hombres constituiste Sumo y Eterno Sacerdote a tu Hijo, Jesucristo, concede a quienes él ha elegido como ministros suyos y administradores de sus sacramentos y de su Evangelio, la gracia de ser fieles en el cumplimiento de su ministerio.
Por nuestro Señor Jesucristo…
Amén.
† Lectura del santo Evangeliosegun Mateo 6:7-15
7 Cuando pidan a Dios, no imiten a los paganos con sus letanías interminables: ellos creen que un bombardeo de palabras hará que se los oiga. 8 No hagan como ellos, pues antes de que ustedes pidan, su Padre ya sabe lo que necesitan.
• EL PADRENUESTRO
9 Ustedes, pues, recen así:
Padre nuestro, que estás en el Cielo,
santificado sea tu Nombre,
10 venga tu Reino,
hágase tu voluntad
así en la tierra como en el Cielo.
11 Danos hoy el pan que nos corresponde;
12 y perdona nuestras deudas,
como también nosotros perdonamos
a nuestros deudores;
13 y no nos dejes caer en la tentación,
sino líbranos del Maligno.
14 Porque si ustedes perdonan a los hombres sus ofensas, también el Padre celestial les perdonará a ustedes. 15 Pero si ustedes no perdonan a los demás, tampoco el Padre les perdonará a ustedes.
Acoge, Padre, la oración de tu Iglesia, reunida en torno a tu Hijo Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, y concédele lo que en su nombre te ha pedido.
Por el mismo Jesucristo
nuestro Señor.
Unidos a Jesucristo, Sumo y eterno Sacerdote, elevemos al Padre nuestra oración por su Iglesia, por el mundo y, de modo especial, por los llamados a participar del sacerdocio ministerial.
domingo, 12 de junio de 2011
ORACIÓN DE SANTA FAUSTINA
«¡Señor Jesús, transfórmame toda en tu Misericordia!
Haz que mis ojos sean misericordiosos, para que jamás juzgue según las apariencias y desconfíe de nadie, sino que pueda ver en todas las almas todo lo bello que poseen, y que sea caritativa con todas ellas.
Haz que mis oídos sean misericordiosos, siempre atentos a las necesidades de mis hermanos y nunca sordos a su llamada.
Haz que mi lengua sea misericordiosa para que nunca hable mal de nadie, sino que tenga para todos palabras de perdón y de consuelo.
Haz que mis manos sean misericordiosas y se llenen de caridad, a fin de que pueda cargar con todo lo pesado e insoportable para aliviar el peso de los demás.
Haz que mis pies sean misericordiosos y siempre dispuestos a acudir en auxilio del prójimo... ¡Que mi descanso sea servir!
Haz que mi corazón sea misericordioso y abierto a cualquier sufrimiento. De ese modo no lo cerraré a nadie, incluso a los que abusen de él, y yo misma me encerraré en tu Corazón...
¡Que tu Misericordia repose en mí, Señor! Transfórmame en ti, pues tú eres mi todo».